¿Cómo impactan las emociones y las interacciones sociales en el desarrollo del niño y la niña en la primera infancia?

El desarrollo infantil es un proceso complejo, no lineal, influido profundamente por las emociones y las interacciones sociales que los niños experimentan desde su nacimiento. Shonkoff y Garner (2012) y Martins y Ramallo (2015) afirman que en los primeros años de vida se van configurando las habilidades que posibilitarán una adecuada interacción del niño con su entorno social; durante esta etapa se forma la arquitectura del cerebro, a partir de la interacción entre la genética y el ambiente en el que vive el niño. Es así que desde la gestación, circuitos neuronales se forman siguiendo programas genéticos, que a su vez son continuamente modificados por las interacciones con el mundo. Por ello, aunque la estructura anatómica del cerebro sea común a todos los humanos, cada cerebro es único, resultado de una historia genética y ambiental particular. La Organización Mundial de la Salud (OMS, 2007) destaca este período como el más importante en el ciclo vital, porque las bases del aprendizaje, la regulación emocional y la socialización se establecen durante estos años.

Avances en neurociencia han demostrado que el cerebro infantil es altamente plástico, adaptativo y sensible a la calidad de las experiencias emocionales y sociales. A través de este blog conoceremos cómo las emociones y las relaciones sociales influyen en la arquitectura cerebral y el bienestar integral del niño y la niña, subrayando la importancia de un entorno cálido, seguro y estimulante para favorecer un desarrollo óptimo.



La dimensión emocional y su influencia en el aprendizaje

Hoy en día, gracias a las técnicas de ecografías en 3D y 4D se ha comprobado que desde el útero podemos sentir y expresar emociones. El neurólogo LeDoux (1999) presentó una visión general sobre los mecanismos cerebrales de las emociones, demostrando la existencia de vías que transmiten la información sensorial desde el tálamo a la amígdala, sin intervención primaria de los sistemas corticales, lo que evidencia un procesamiento emocional precognitivo. En su investigación explica que las señales sensoriales del ojo y del oído viajan primero al tálamo y de allí a la amígdala y que luego una segunda señal viaja del tálamo a la neocorteza (cerebro pensante). Es así que la amígdala puede responder mucho antes que la neocorteza, es decir, responde de manera emocional antes de darse cuenta de lo que está pasando y poder adaptar su respuesta en la neocorteza. Por lo tanto, primero somos seres que sentimos y, después, seres que pensamos. 

Investigaciones revelan que estados emocionales positivos, como la alegría y la seguridad, disparan la liberación de neurotransmisores y hormonas, que fortalecen las conexiones cerebrales y favorecen la memoria y el aprendizaje. Por ejemplo, la risa incrementa la producción de células inmunológicas, reduce el estrés y mejora la receptividad cerebral (Schiller, 1999).

De manera contraria, altos niveles de ansiedad y estrés prolongado liberan cortisol, una hormona que puede inhibir la capacidad de aprendizaje y alterar las funciones cognitivas, perceptivas y sociales (Álvarez, 2000). Los niños y niñas que reciben un cuidado sensitivo y cálido responden a situaciones de ansiedad con menor producción de cortisol, además que pueden liberarlo más rápidamente (Diamond & Hopson, 1999). En cambio, niños y niñas que reciben cuidados intermitentemente, desarrollan dependencia y ansiedad (Shore, 1997). Vemos de esta manera, cómo situaciones de estrés tienen un impacto negativo en el desarrollo cerebral y puede dificultar la regulación emocional y la adquisición de habilidades socioemocionales. 

En relación al aprendizaje, cuando la curiosidad se enciende, la atención se focaliza y el aprendizaje comienza. Es gracias a las emociones que los aprendizajes se graban en la memoria por lo que si la emoción se apaga, las consecuencias para el aprendizaje son muy negativas. El sistema límbico, sede de las emociones, está siempre a la expectativa de nuevos estímulos, resulta insuficiente pedirle a un niño que preste atención si es que no los involucramos en experiencias que los reten y sean estimulantes. Begoña Ibarrola nos refiere que las emociones son “las guardianas del aprendizaje”. 

¿Y cómo se relaciona esto con la dimensión social? 

Las personas somos seres sociales por naturaleza, por lo que establecer relaciones con adultos y otros niños es crucial para el desarrollo emocional, cognitivo y social. Investigaciones revelan que la falta de interacción de calidad puede producir un cerebro 20 o 30% más pequeño que el normal. Anne Fernald, psicóloga de la Universidad de Stanford, ha comprobado que la frecuencia de los latidos del corazón de un niño aumenta cuando sus padres le hablan con un tono dulce que cuando le hablan en un tono normal. La relación niño adulto necesita de una dinámica dialógica, construida en los gestos, la palabra, el tacto, la mirada. 

En relación al aprendizaje, el paradigma del socio constructivismo sostiene que los niños aprenden en contextos sociales, organizando y relacionando nueva información con lo que ya conocen, donde la emoción cumple un rol fundamental. Los descubrimientos en neurociencia apoyan esta visión, pues demuestran que las conexiones neuronales se fortalecen con experiencias significativas y que el aprendizaje está íntimamente ligado al estado emocional. Es por ello que los maestros tienen el reto de facilitar experiencias ricas en interacción social, permitiendo que los niños desarrollen no solo competencias cognitivas, sino también emocionales, sociales y creativas.

El papel del adulto mediador en el neurodesarrollo infantil, apego y cuidado afectuoso

Desde el nacimiento, el cerebro del niño aún inmaduro depende del adulto para interpretar, seleccionar y regular las experiencias del mundo. El adulto no solo provee estímulos adecuados, sino que también actúa como regulador emocional, modelo de conducta y figura de apego. La calidad de estas interacciones influye directamente en la formación cerebral y en la capacidad del niño para enfrentar el entorno. 

Acciones diarias como cantar, jugar, abrazar, contar historias o simplemente conversar tienen un efecto positivo significativo en el desarrollo emocional y cognitivo. En cambio, situaciones de maltrato, violencia, negligencia o estrés tóxico alteran negativamente la estructura y función cerebral.

Lo anterior hace evidente la importancia del apego entre el niño y sus padres o cuidadores, como factor determinante para el desarrollo emocional y social saludable. Un cuidado afectuoso, sensible y constante genera seguridad, regula el estrés y protege al niño de los efectos dañinos del cortisol. Los niños que reciben atención cálida y rápida a sus necesidades desarrollan mejores capacidades para controlar sus emociones, mostrar empatía y regular su conducta (Gilkerson, 1998; Diamond & Hopson, 1999). En contraste, los niños con cuidados intermitentes o insuficientes tienden a manifestar ansiedad, dependencia o bloqueo emocional, lo que puede derivar en conductas de aislamiento social (Shore, 1997). La calidad del vínculo afectivo que se establece en la infancia temprana predice la capacidad futura del niño para interactuar de manera saludable con otros y afrontar desafíos emocionales.

Recomendaciones

Considerando que en los primeros tres años de vida el cerebro alcanza alrededor de dos tercios de su tamaño definitivo y evoluciona a un ritmo mayor que en las siguientes etapas, y que la primera infancia es un periodo de desarrollo y aprendizaje importante del ser humano es recomendable:

  • Cuidar la calidad del apego y las experiencias emocionales, considerando que influyen en la formación cerebral y en el desarrollo de habilidades fundamentales para la vida. 
  • Proveer un espacio seguro, afectuoso y estimulante para que los niños puedan aprender a conocer, expresar y regular sus emociones, así como construir relaciones saludables.
  • Promover espacios de interacción con otros adultos y niños desde pequeños con miras a un desarrollo socio-emocional sano como base para el bienestar presente y futuro, pues un niño social y emocionalmente competente tiene mejores herramientas para aprender, relacionarse y adaptarse a un mundo en constante cambio.

Aprendemos en el contexto de relaciones positivas (Shore, 1997). 


Referencias

Campos, Anna Lucía. (Ed.). (2014). Los aportes de la neurociencia a la atención y educación de la primera infancia. Cerebrum Ediciones. https://repositorio.minedu.gob.pe/handle/20.500.12799/4669

Fontaine, I. (2000). Experiencia emocional, factor determinante en el desarrollo cerebral del niño/a pequeño/a. Junta Nacional de Jardines Infantiles, Viña del Mar. Recuperado el 17 de mayo, 2025, de https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-07052000000100009 

Gallego, Mónica. (2019). La importancia de la estimulación adecuada durante el neurodesarrollo en la primera infancia. Revista Senderos pedagógicos, número 10, pp. 103-120. https://ojs.tdea.edu.co/index.php/senderos/article/view/947 

Ibarrola, Begoña. (2014). Aprendizaje Emocionante, Neurociencia para el aula. Ediciones SM.  

Torres-Lara, Mariel. (2021). Las investigaciones sobre el cerebro y las emociones: Implicaciones educativas para la niñez temprana. REduca, volúmen 38 número 1, pp. 131–151. https://revistas.upr.edu/index.php/educacion/article/view/19279

Comentarios

  1. Muy interesante, información valiosa para nosotros los padres con hijos pequeños. Podemos entender el mundo emocional de nuestros hijos más allá de lo visible.

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